lunes, 4 de febrero de 2008

Amor Caotico


Rechazó estos pensamientos y se acercó tambaleándose a la puerta
más cercana. Pero antes de que pudiese llamar, se abrió la más
lejana, brotó de ella una luz fría y apareció la silueta de un alto personaje
en el umbral.

—Cyllan —La voz de Tarod era suave, débilmente curiosa—.
¿Qué te trae por aquí?
Ella respiró hondo, pero apenas podía hablar; había pagado el
precio de la subida y estaba agotada.
— Drachea... — murmuró, medio atontada—. Está enfermo... he
venido..., he venido a buscar ayuda...
De pronto se tambaleó, y Tarod se acercó a ella y la tomó de un
brazo.
— ¡Al diablo con Drachea! ¡Creo que eres tú la que necesita
ayuda! Vamos, entra.

Cyllan se apoyó en él, incapaz de sostenerse, y él la condujo
amablemente a través de la puerta. La luz, aunque débil, cegó a Cyllan
después de la terrible oscuridad de la escalera. Aunque deslumbrada,
creyó vislumbrar una habitación pequeña y atestada, y Tarod la llevó
hasta un diván y ella, agradecida, dejó que sus piernas se doblasen
hasta que se encontró medio sentada y medio tendida entre los almo
hadones. Poco a poco su visión se fue adaptando y fue recobrando el
aliento, hasta que pudo mirar a Tarod, que estaba sentado observándola.

— ¿Te has recobrado? — preguntó él.
—Sí..., sí, bastante. — Sus miradas se cruzaron—. Gracias.
El inclinó ligeramente la cabeza.
— Conque Drachea no se encuentra bien, y tú has subido a esta
gran altura para buscarme. Eres muy fiel, Cyllan. Espero que el joven
heredero del Margrave sepa apreciar tu amistad.
Su tono la irritó.
—Cualquiera habría hecho lo mismo —dijo.
—Lo dudo. ¿Cuál es su mal?
Ella sacudió la cabeza.
— No lo sé... Le encontré tumbado en la escalera principal. Estaba
casi inconsciente y... ¡en un estado terrible! No sé lo que le llevó a
esta condición, pero estaba... Sus manos, sus ojos...

Se esforzaba en encontrar la manera de explicárselo, pero se interrumpió
al ver la expresión del semblante de Tarod.
No mostraba sorpresa, ni siquiera interés, y una débil y maliciosa
sonrisa torcía las comisuras de los labios.
Él vio que le estaba observando, vio que empezaba a comprender,
y dijo llanamente:

— Drachea tiene la costumbre de meterse en dificultades. Y si es
lo bastante imbécil para robar lo que no le pertenece, debería pensar
en las consecuencias.

La inquietante sospecha se convirtió de pronto en dolorosa certidumbre
en la mente de Cyllan. Tarod había sorprendido a Drachea
cuando éste trataba de devolver los documentos comprometedores al
estudio del Sumo Iniciado... Poco a poco, se puso de pie.

—Tú... —Tenía un nudo en la garganta—. Tú le hiciste eso.
Tarod la miró fríamente.
—Sí. Yo se lo hice.
Ella lo sabía ya; sin embargo, oír que Tarod confesaba la verdad
con tanta indiferencia, era aún más impresionante. Todas sus dudas y
su confusión se borraron de pronto de su mente, y sólo sintió asco.
— ¡Dioses! — Escupió la palabra—. ¡Eres un monstruo!
Tarod suspiró.
—Ciertamente. Un monstruo cruel, que hace voluntariamente estragos
en las mentes y los cuerpos de víctimas inocentes. —Tenía un
brillo acerado en los ojos—. ¡No comprendes nada!
—Sí que comprendo — replicó ella, con voz temblorosa—.
¡Comprendo demasiado bien lo que eres! Contarme tu hazaña sin el
menor remordimiento; reaccionar como si no significase nada, enorgullecerte
de ella...
— ¿Enorgullecerme? — Se puso de pie con tanta rapidez que ella
se echó instintivamente atrás—. Muy bien; completaré el retrato que
has hecho de mí, ¡ya que me conoces tanto! No tengo conciencia, no
tengo moral; soy lo que ves en tu propia mente, Cyllan. Me gusta
atormentar a los otros por el placer que obtengo de ello, ¡es por lo
único que vivo! — Se dominó y añadió, con controlada furia—: ¿Estás
satisfecha?
La estaba desafiando, incitándola a plantarle cara, y un sentimiento
de rebeldía hizo que Cyllan no diese su brazo a torcer.
—¡Si! —le replicó furiosa—. Estoy satisfecha, Tarod, por que esto
me demuestra que Drachea tenía razón y yo estaba equivocada. Tú
eres el mal, ¡y sé de dónde procede tu maldad!
Y, desafiadoramente, hizo la Señal de Aeoris delante de su cara.

Drachea se lo había dicho... Con la rapidez de un gato, Tarod levantó
una mano y le agarró la muñeca. Su propia cólera iba en aumento,
con tanta rapidez que apenas podía dominarla. Ella lo sabía... y le
había condenado, como habían hecho los otros, sin reflexionar, como
él sabía que haría. De pronto, otra cara suplantó a la de Cyllan en su
mente; una cara noble, hermosa, de ojos límpidos que ocultaban el
corazón calculador y egocéntrico que había detrás de ellos. Quería
herir el alma que disimulaba aquella cara, tomarse la venganza a que
tenía derecho desde hacía tiempo...

Su visión se aclaró y ahora vio las finas facciones y los grandes
ojos ambarinos de Cyllan. La belleza había desaparecido, pero no el
orgullo. Cyllan tenía también bastante orgullo, pero era de una clase
diferente... y tenía el valor de echarle en cara lo que sabía, en vez de
herirle por la espalda.

Ella estaba inmóvil, vigilante y alerta, dispuesta a liberarse a la
menor oportunidad. Pero Tarod no se la daba. La presa sobre su muñeca
se apretó hasta que el dolor se manifestó en el semblante de Cyllan,
pero ésta no dijo nada. El podía haberle roto el brazo; podía
haberla matado con sólo chascar los dedos...

—Crees que me conoces —murmuró furiosamente él—, pero te
equivocas, Cyllan. ¡Te equivocas!
Ella se retorció tratando de liberarse; él la retuvo sin esfuerzo, pero
tuvo que combatir una oleada de pura y cruda emoción que estaba
surgiendo en su interior.
—¡No me equivoco! —El dolor se reflejaba en la voz de Cyllan,
y ésta respiraba con fuerza—. ¡Sé quién eres!
— ¿Lo sabes?
— ¡Sí! He visto los documentos, Tarod. Drachea me los leyó, ¡y
ahora sé por qué te vengaste con tanta crueldad! ¡Eres un miembro del
Caos!

Un miembro del Caos... Sus palabras dieron en el blanco, y el dique
que aguantaba la marea se rompió. Tarod sonrió de nuevo y, esta
vez, su sonrisa hizo que Cyllan se estremeciese de horror. Había ido
demasiado lejos..., él la mataría, y una parálisis de miedo agarrotó sus
músculos al prever el golpe final, fatal.

Pero no lo descargó. En vez de esto, Tarod se echó a reír como si
se tratase de una broma.
—El Caos —dijo suavemente—. No, Cyllan; esta vez no te equivocas.
— La atrajo hacia sí, hasta que el cuerpo de ella quedó apretado
contra el suyo y pudo sentir los rápidos latidos de su corazón—. Pero
andas... desencaminada.
Levantando la mano libre, apartó los pálidos cabellos de la cara
de ella. Gotas de sudor brotaban de su frente, y ahora pudo advertir
que estaba temblando. Había ira en su mente; quería golpear, vengarse,
y sin embargo, había más, mucho más, detrás de aquel impulso.
—No soy un demonio... —dijo, en tono ligeramente amenazador—.
Soy bastante humano.

Y antes de que Cyllan pudiese apartarse, inclinó la cara sobre la
de ella y la besó. Fue un beso violento, tomado, no pedido; y ella se
resistió con una fuerza que le sorprendió, retorciéndose en su abrazo y
arañándole. Era ágil y flexible como un gato, y su furiosa determinación
pulsó otra cuerda en Tarod. Él la besó de nuevo, esta vez más
sensualmente. Las nuevas sensaciones que le invadían le daban vértigo;
la venganza fue eclipsada por algo más fuerte y más apremiante, y
dejó completamente de pensar en Sashka.

Cyllan se desprendió desalentada, y sus miradas se cruzaron brevemente.
Los ojos ambarinos de ella echaban chispas. De pronto, con
una rapidez que casi pilló a Tarod desprevenido, Cyllan sacó la daga
del cinto y la levantó trazando un arco en el aire.
Con un movimiento reflejo, Tarod le hizo perder el equilibrio al
descargar ella el golpe, y la hoja centelleó a una pulgada de su hombro.
Con la mano izquierda agarró la muñeca derecha de Cyllan y la
retorció hasta que ella ahogó un grito involuntario; después apretó una
vez con el pulgar y el cuchillo se deprendió de su mano.

Cyllan le miró furiosa, jadeando. Podía tener miedo, pero no se
dejaba amilanar; Tarod comprendió que, a la menor provocación,
lucharía contra él como un animal salvaje, y esta constatación le provocó
una nueva descarga de adrenalina.
— Sabes manejar un cuchillo — dijo, entrecortadas sus palabras
por los sofocantes latidos del corazón—. Pero yo hace más tiempo que
tengo que luchar... ¡y sé defenderme! —Sonrió, mostrando los dientes—.
¿Puedes darme algo mejor, Cyllan?
Ella sacudió enérgicamente la cabeza.

Los ojos verdes que se fijaban en los suyos parecieron inflamarse
de pronto, y Cyllan sintió que su voluntad flaqueaba ante la mirada
implacable de Tarod. Trató de resistir, pero se estaba debilitando; una
voz interior le recordó que no luchaba con un mortal ordinario, y el
miedo surgió de nuevo..., pero mezclado con lo que era un eco de
antiguos sentimientos que creía que había desterrado para siempre, un
deseo abrumador...

—Cyllan... —La voz de Tarod era sibilante, persuasiva; anulaba
sus defensas— ¿No tengo calor? ¿No tengo vida?
Ella trató de negarlo, pero no pudo articular las palabras. Las manos
de él sobre su piel eran reales, fisicas, y una necesidad largo tiempo
dormida dentro de ella respondió con una fuerza que no podía
combatir. Jadeó cuando los dientes de él rozaron su hombro, y la camisa,
ya desgarrada, dejó al descubierto su blanca piel.
—Tarod... no. Por favor, no...

La protesta quedó interrumpida cuando Cyllan se tambaleó hacia
atrás bajo una suave pero irresistible presión. Tropezó con el diván,
cayó; sintió el peso y la fuerza del cuerpo de Tarod sobre el suyo. Esta
vez, cuando él la besó, no pudo dejar de responderle. El terror daba
paso al deseo, y ya no podía seguir luchando contra él; ya no quería
luchar contra él.
Tarod levantó la cabeza. La luz salvaje de sus ojos fue de pronto
mitigada por una expresión que Cyllan no se atrevió a tratar de interpretar,
y él sacudió la cabeza, apartando un mechón de cabellos negros
de su cara. El gesto era tan humano que ella se sintió de nuevo confusa;
dijera lo que dijese el Círculo, fuera lo que fuese lo que había
hecho él, seguramente no era un demonio...

—Eres valiente —dijo suavemente—. Y eres honrada..., luchas
con nobleza. Podría vencerte fácilmente, Cyllan, y nada podrías contra
mi deseo..., pero no lo haré. Todavía conservo algún sentido del
honor... y tú no quieres rechazarme, ¿verdad? — Sus manos, ligeras y
frescas sobre su piel, apartaban las molestas prendas—. ¿Vas a hacerlo?
El cuerpo de Cyllan le respondía, contra su voluntad, atormentándola
con un deseo doloroso y largo tiempo reprimido que hacía que
tuviese ganas de llorar y de gritar, de apartarle y sin embargo retenerle
al mismo tiempo. Un gemido brotó de su garganta, y sus labios articularon
involuntariamente una sola palabra.
-No...

Gritó al sentir la famélica violencia de él al poseerla, pero Tarod
le impuso silencio besándola de nuevo y haciendo que cediese a pesar
de ella misma. Y después de la primera resistencia, hubo placer al
mismo tiempo que dolor; un fiero y tembloroso alivio cuando ella le
rodeó con sus brazos desnudos, echada hacia atrás la cabeza y mo r
diéndose el labio inferior hasta hacerlo sangrar. Volvió a luchar otra
vez contra él; pero él la tranquilizó y ella volvió a doblegarse debajo
de él.

Por fin, saciado su deseo, Tarod recorrió con las manos, lenta y
suavemente, el cuerpo de Cyllan, siguiendo la ligera curva de sus
senos. Ella yacía, quieta, en sus brazos y con los ojos fuertemente
cerrados, como si tratase de negar la verdad. Las lágrimas que se había
negado tercamente a verter brillaron ahora en sus oscuras pestañas, y
un sentimiento que podía ser de arrepentimiento despertó en Tarod.
Pronunció su nombre, y Cyllan abrió los ojos, expresando una
mezcla de incertidumbre y acusación y vergüenza. El quería decir
más, pero no pudo hacerlo. En vez de esto, levantó una mano e hizo
un ademán sobre ella.

Cyllan cerró de nuevo los ojos y su respiración se calmó, con el
ritmo ligero y regular propio del sueño. El no quería recriminaciones,
no ahora... Cuando el cuerpo de ella se relajó y comprendió Tarod que
se había sumido en la inconsciencia, la atrajo hacia sí y la besó ligeramente
en una pálida mejilla. Después la soltó de mala gana, se levantó
y cruzó la habitación hasta la estrecha ventana, reprimiendo los
pensamientos que amenazaban con apoderarse de él y romper las
barreras que había levantado contra sus ataques.

(El señor del tiempo, tomo II el proscrito pags. 120-125)

1 comentario:

Anónimo dijo...

no puedo evitar que mi corazon se desboque con ese fragmento... es, sencillamente, hermoso.







Te amo.